
Y es que hoy se celebra el segundo día del juicio contra el ‘monstruo’ de Amstetten. Así se le conoce. ¿La razón? Ha mantenido durante 24 años encerrada en un sótano a su hija Elisabeth, donde la violó incontables veces; y es el supuesto responsable de la muerte del bebé de su hija, por ignorar los problemas respiratorios que presentaba el recién nacido. Esta es la historia, resumida. Y no tengo interés en profundizar más. Diezsegundos después de relatar el drama, sigo pensando en el gesto de Fritzl, sumergido en un carpesano azul mediterráneo… Y con la imagen incrustada en la mente, no entiendo que no exista arrepentimiento, vergüenza, miedo… Que camine sin más hacia el juicio, sin más se siente, sin más declare, sin más escuche y sin más se marche, de nuevo. Y que la tinta en la prensa, sin más plasme ese gesto, desprovisto de todo sentido. Josef Fritzl oculta su rostro por un motivo, a juzgar por él mismo, en su conciencia viva o vacía. Pensando este suceso, diezsegundos después, miro a mi perro que, por muy perro que sea, es incapaz de caminar oculto bajo sus orejas largas y peludas: haya roto un plato, dos, tres… u ocho. Y menos, bajo un archivador azul mediterráneo.
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