
Tenía 20 años. Poca vida vivida. Y leída. Con algo de tiempo, me dasplacé a una biblioteca. Me apatecía perder tiempo descubriendo en los lomos de cientos de libros, nuevas historias, nuevos autores, algo de vida. Lo hacía a menudo.
Cada dos o tres semanas, sentía la necesidad de forzar la vista e intentar memorizar estanterías. Algo absurdo. Pero es así cómo empezó todo.
Entre libros deshilachados y recién nacidos, encontré a Antón Chéjov. Un magnífico ‘observador’ de las costumbres de Rusia y un eficiente ‘escribidor’ de relatos.
Entre libros deshilachados y recién nacidos, encontré a Antón Chéjov. Un magnífico ‘observador’ de las costumbres de Rusia y un eficiente ‘escribidor’ de relatos.
Cuando le miré a la cara, tuve miedo de su letra. Vestía un traje oscuro, corbata y camisa blanca. Sentado sobre un sillón verde lata de terciopelo, guardaba algo en su mano izquierda -cerrada a la altura de la cintura- y me intentaba decir algo con la derecha -firme sobre su barba-.
Había estudiado medicina en la Universidad Estatal de Moscú en 1880 pero su pasión por el relato y la escena humorística, le llevó a colgar la bata blanca. Ese impulso me atraía -cambiar los guantes por la pluma- pero me retraía pensar que un médico, con esa mirada y barba, a finales del siglo XIX, no iba a ser el autor que buscaba.Decidí darle un voto de confianza y paciencia, y Antón no me defraudó.
El fracaso
Es uno de los relatos que se encuentra en 'Cuentos imprescindibles'. El primero que leí. Lo he vuelto a hacer cientos de veces.
Siempre me sorprende su genuina pluma y su trazo costumbrista. Tiene la capacidad de narrar sin parecerlo: tiene tanto gancho que él queda al margen y tú acabas sumergido en la habitación de la escena. Y llegas a pensar que el texto no tiene caducidad. Y llegas a descubrir Rusia sin mediación de informes históricos que adormecen un día sí y otro también. Os animo a leerlo.
Es uno de los relatos que se encuentra en 'Cuentos imprescindibles'. El primero que leí. Lo he vuelto a hacer cientos de veces.
Siempre me sorprende su genuina pluma y su trazo costumbrista. Tiene la capacidad de narrar sin parecerlo: tiene tanto gancho que él queda al margen y tú acabas sumergido en la habitación de la escena. Y llegas a pensar que el texto no tiene caducidad. Y llegas a descubrir Rusia sin mediación de informes históricos que adormecen un día sí y otro también. Os animo a leerlo.